En México, cualquiera con un celular en la mano y algo de tiempo libre puede autoproclamarse periodista. No importa si no sabe redactar una línea sin faltas de ortografía, si jamás ha pisado una redacción o si su única fuente es el chisme de la banqueta: se pone un gafete inventado, abre una página de Facebook y listo, tenemos un “medio de comunicación”. ¿El resultado? Una plaga de pseudoperiodistas que han convertido el ejercicio informativo en una vergüenza ambulante. Y si hay alguien que encarna a la perfección este cáncer del gremio, ese es Herman Corzo.
Corzo es el típico «periodista» de pacotilla que se presenta como defensor de la verdad pero actúa como matón con micrófono. Agredió físicamente al personal del Ayuntamiento de Atlixco, escupió al director de Comunicación Social (sí, escupió… como en pleito de cantina), y ha sido acusado de extorsión. Todo esto mientras se autodenomina comunicador. ¿Su preparación? Ninguna. ¿Su credibilidad? Cero. ¿Su ética? Sepultada bajo capas de odio, alcohol y transmisiones patéticas en vivo donde, en más de una ocasión, se le ha visto en evidente estado de ebriedad.
Desde su cueva digital, Corzo reparte insultos como si fueran noticias, lanza acusaciones sin una sola prueba y ataca a todo aquel que no le aplaude o no le paga. Si eres funcionario, te difama. Si eres mujer y te le enfrentas, te ataca con misoginia. Y si tienes principios, probablemente ya estés en su lista negra. Porque para él, hacer “periodismo” es sinónimo de difamar, manipular y chantajear. En lugar de micrófono, debería cargar una bocina de perifoneo y anunciarse como lo que realmente es: un bully con redes sociales.

Misógino, vulgar y cobarde
Y no, el show de Corzo no termina con gritos y saliva. También ha sido denunciado por violencia política de género y misoginia, por parte de activistas a quienes ha intentado humillar públicamente. En un caso repugnante, llegó al extremo de publicar imágenes íntimas de una mujer sin su consentimiento, en un intento de desacreditarla. Una jugada baja, sucia y cobarde que dice mucho más de él que de sus víctimas.
Y sí, Corzo es solo la punta del iceberg. Hay muchos como él: oportunistas con micrófono que han convertido el “periodismo” en una herramienta de extorsión, en vez de un servicio a la verdad. Lo que necesitamos no es solo indignación, sino acción: regulación, límites, denuncias reales y una sociedad que deje de compartir y reproducir estos espectáculos mediocres.
Que no se diga que no se sabía. Herman Corzo no es periodista, es un agresor disfrazado de comunicador, un provocador que encontró en el caos digital el espacio perfecto para operar sin escrúpulos. No defiende la verdad, defiende su ego. No informa, ensucia. Y mientras siga con acceso libre a una cámara y a un público sin filtros, seguirá dañando no solo reputaciones, sino la confianza en el periodismo real.
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